jueves, 2 de febrero de 2012

Lirio.




Amanece y Flor sale al porche de su bonita casa. Se ha puesto una rebeca pues acaba de empezar el otoño y a las siete de la mañana hace demasiado frío para ir en camisón. 

Las hojas de los árboles no caen a esa hora, deberá esperar a las siete de la tarde, cuando llega él, con un ramo de lirios. 

Flor se queda esperando en el porche durante todo el día, como cada día, a que él aparezca a lo lejos, en su vieja furgoneta cubierta de barro en las llantas; después aparca bajo la acacia y sale del coche con los zapatos sucios, una sonrisa en el rostro y un ramo de lirios en la mano izquierda. 

Se acerca hacia Flor, sin dejar de mirarla fijamente hasta que llega al primer escalón del porche, donde ella espera junto a la puerta, en camisón y con su rebeca de punto azul. 

Él se para en el escalón, tan solo hay un par de metros entre los dos, pero se miran como si estuvieran unidos místicamente. Él siempre espera unos siete segundos, a que ella corra hacia él y lo abrace con mucha fuerza, pero sin pronunciar palabra alguna. 

Al día siguiente Flor se despierta sola en la cama, faltan unos minutos para las siete y el viento sopla y se filtra a través de la ventana del dormitorio, desde donde se puede oír cómo él arranca la furgoneta junto a la acacia para irse a trabajar, hasta las siete de la tarde. 

En la habitación aún huele a él, por eso Flor se niega a hacer la cama, pues los pliegues de las sábanas que él ha debajo en su lado de la cama han formado la silueta de un corazón. 



Como siempre se prepara un café bien cargado y se sienta en el porche a esperar, con su rebeca de punto azul. En el jarrón del salón hay un ramo de lirios, blancos blanquísimos. 

Flor se duerme y sueña un día en que él no tenga que irse a trabajar y los dos permanezcan juntos en la cama durante varios días, sin comer ni dormir, solo mirándose fijamente a los ojos. 

Un ruido la despierta, no es él, es la lluvia. Empieza a llover con tanta fuerza que Flor teme que las llantas de la furgoneta se llenen aún más de barro y él no pueda llegar a casa esa tarde. 

Junto a las gotas de lluvia y al viento aparecen las hojas de la acacia, que se va desnudando a medida que entra cada vez más el otoño. Un búho ha confundido el día con la noche y sale a cantar, pero Flor no está tranquila; se pone sus botas, se abrocha su rebeca y sale del porche, sale corriendo pero no sabe qué dirección tomar, pues nunca quiso saber donde trabajaba él, prefería centrarse en las pocas horas que permanecía junto a ella por la noche, demasiado cansado para estar despierto y abrazarla, por eso cada vez le traía un ramo de lirios. 

Cada vez llueve más fuerte y Flor siente frío, sabe que él no volverá pues ya son más de las siete y nadie aparece. 

Se acabaron los largos abrazos a la entrada del porche, su beso antes de dormir, el roce de sus pies bajo las sábanas, su olor por la mañana cuando ya se había ido, los ramos de lirios... 



Flor siente mucho frío y ya no puede correr más, aunque tampoco puede parar de hacerlo. Pero entonces una mano la alcanza por detrás, deteniendo su paso y cubriéndola de calor. 

- ¿Qué haces corriendo con este tiempo? 

Flor se vuelve y una señora vestida de blanco la coge amablemente de la mano y la lleva de nuevo al porche. 

- ¿Por qué corrías?

- Tenía que encontrarle, seguro que la furgoneta se quedó atrapada en el barro y por eso él aún no ha llegado, porque son más de las siete y él siempre llega a las siete. 

- Con un ramo de lirios, lo sé. Siempre la misma historia pero, ¿me puedes decir cómo se llama él?

- Nunca se lo he preguntado, prefiero no saberlo, no quiero saber nada, solo que él vendrá a las siete: aparcará la furgoneta bajo la acacia, se acercará hacia mí y se quedará unos segundos mirándome fijamente, hasta que ya no puedo más y corro a abrazarlo, entonces me da un ramo de lirios, que yo coloco en un jarrón verde que hay en aquella mesa de allí. Después él se va a cenar, hoy le he preparado huevos con espárragos; mientras yo limpio el barro de las llantas de la furgoneta y, como hace frío él me saca la rebeca azul de punto, mi favorita. Después nos vamos a la cama y me sonríe cuando le enseño el corazón que dejó dibujado en las sábanas antes de irse a trabajar. Entonces me da un beso en los labios, muy suave, y se duerme. Siempre que me despierto ya se ha ido... 

- Bueno, creo que es hora de que te vayas a dormir que es tarde y debes descansar después de haber estado toda la tarde corriendo. 

La señora de blanco apaga la luz y cierra la puerta de la habitación, no sin antes dejar un vaso de agua y una pastilla en la mesita de noche. 

- Si le ves llegar dile que siento no esperarle en el porche, que se tome pronto la cena. Ah, y que deje los lirios sobre la mesa.


Esta última imagen es un dibujo que realicé, sobre papel y a bolígrafo, el pasado noviembre.

3 comentarios:

  1. Hola.

    Para mi gusto, este relato es de lo mejor que has publicado hasta ahora.

    Muy bien llevado todo el tiempo; y las ilustraciones, excelentes, sobre todo la última ; )

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  2. Me encanta este relato,sobretodo el final, que te hace incluso interpretarlo de varias formas, es muy sentimental.
    Muy chula la última ilustración :P

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  3. Obsesión, amor, locura... Todo parece ir cogido de la mano en este relato y el final, coincidiendo con el comentario de arriba, es sencillamente genial. Muy ingenioso, bien escrito y estructurado. Sigue así Paloma ^_^

    Dejo mi huellita aquí junto con mi comentario, dije que te pondría un comentario en este blog tuyo tan bonito, y siento haber tardado, pero más vale tarde que nunca.

    Un abrazo gigante :D

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