jueves, 13 de diciembre de 2012

Gula.


Dieric (Dirk) Bouts the Elder “Infierno” (Hell), 1450.

Son las ocho y Gula repta por el pasillo, cual bestia cebada en exceso, sorteando todo tipo de basuras en el frío suelo, avanzando hacia el templo griego de aluminio marmóreo que custodia el néctar y ambrosía de los mortales.
Solo que la nevera contenía restos humanos, banales alimentos primarios y demás porquerías.
Gula llevó a cabo el mayor esfuerzo del día, y alzó su brazo de globo elástico para coger lo que parecían los restos de una tarta. Abrió la boca cuanto pudo, y con sus manos de cuchara prehistórica, engulló el primer pedazo. Al estar sus papilas gustativas muertas, Gula no sintió placer al tragar, no fue consciente del color verde que empezaba a colonizar su pastel, y lo fue devorando todo hasta que desapareció, sin hacer caso a los gritos de sus entrañas.
No contento con eso, Gula decide, en un acto más físico que intelectual, coger más comida.
Después de vaciar el templo, Gula cae al suelo. Yacía sobre su propio vómito, alfombra de seda deshilachada cuando Belcebú aterrizó a su lado; aún inconsciente, lo sostuvo como pudo y ambos volaron hacia el infierno. No hizo falta mediar con Caronte.
Cuando Gula despertó, aún sentía hambre. Estaba atado a una plancha de hierro candente, y siete pequeños demonios traían bandejas de pululantes gusanos.
Abrieron su boca enorme, túnel maldito de vapores pestilentes y cebaron a Gula hasta la saciedad.
Ya no sentía hambre, sentía dolor; pero sus súplicas se enmudecían con los rugidos del Diablo y los gritos de los demás condenados y pecadores.
Cual puertas del infierno, el estómago de Gula se cerró, pero no contentos los demonios, siguieron llenando el pozo putrefacto, pestilente de las mayores pequeñeces y porquerías pesadas.
Gula sentía que explotaba, el dolor le consumía de tal manera, que ya gritar era en vano.
Allí, en el infierno, en las entrañas de la tierra, entre fuego y miedo, Gula sintió deshacer su enorme cuerpo en mil pedazos, de colores y texturas diferentes, acabando con el ciclo de sus actos, dando ejemplo a los demás condenados, cumpliendo con su castigo.
Junto al diablo, un cerdo sonríe mientras devora beicon, y los pequeños demonios se disponen a buscar nuevas almas pecadoras.