domingo, 24 de febrero de 2013

Formas únicas en el espacio (parte II)


El tiempo se consumía, como cuando las nubes se comen el azul del cielo, y la chica de ojos marrones miraba por la ventanilla del tren. 
El paisaje se le escapaba, como una pintura futurista, solo que ese incesante movimiento, a ella le inspiraba quietud, pues no era capaz de levantarse de su asiento. El día era gris y pesado, muy violento de respirar, y la chica estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por seguir existiendo en ese momento.
Al otro lado del vagón alguien se levantó, era una chica de ojos verdes, muy alta y bella. Ambas se miraron un instante y, sin saberlo, en ese momento algo se desgarró en sus miradas. Una fuerza cósmica, malvada, trazó con un movimiento de aguja sendos orificios en sus ojos, verdes y marrones, para así unirlos para siempre.
En el cielo, una nube cogió de la mano a otra, para que ellas no pudieran hacerlo y tan solo se dijeran: “hola”.


martes, 19 de febrero de 2013

Las amigas o Pureza y libertad (Parte I)


Este relato se lo quiero dedicar a María P. Quero, quien fue
la primera persona en leerlo, aquel mediodía en el tren.

-¡Felicidades! Le dijo la amiga.
Ambas se abrazaron, sin saber que sus sentimientos eran los mismos.
-Pasa, hay tarta en el cuarto, es de queso y fresas.
Realmente no se dijeron nada importante durante la tarde, tan solo se miraron y, a veces, los ojos verdes de una, se reflejaban en los marrones de la otra, emulando todo un universo natural en un cosmos microscópico, de tal manera que ambos colores se fundían en uno, como las estrellas se hunden en el petrolífero universo.
La una se levantó, la otra también; sus ojos estaban sujetos por unos hilos pesados, muy dolorosos, no había forma de escapar.
Aún penetrándose las miradas, se besaron tímidamente: un solo beso significaba la muerte así que, por qué parar.
Las bocas se fundieron, al igual que los ojos, que permanecían dolorosamente abiertos, como si hubieran perdido toda su humedad, a pesar de estar lloviendo fuera.
El tiempo pasó de manera natural, lento para unos, rápido para otras, y la separación fue inevitable, al igual que la tormenta.
La chica de ojos verdes escapó, sintiendo un desgarramiento sobrehumano en el lagrimal, como si desollaran su piel fría, lentamente.
La chica de ojos marrones permaneció inmóvil, frente a la ventana, viendo huir a su amiga por la playa, serena, en calma.
La primera paró en la orilla, de cara al mar. Sus ojos lloraban sangre, pero ella no lo sabía. La otra no lloraba, temblaba desde lo alto de su torre.
El mar se embraveció y de una ola nació una criatura extraña que, cual ballena tragó a la amiga, que perdió el verde de sus ojos viendo a la otra en lo alto, desfalleciendo como una liviana hoja de otoño.